Desde el principio de los tiempos, la relación entre lo divino y lo humano ha sido determinante en la forma en que el hombre se entiende a sí mismo. Las preguntas que buscan una explicación al sentido de la vida impulsan al individuo a encontrar las respuestas en un principio demiúrgico, del que todo proviene y al cual aspirar. Las espléndidas ceremonias que caracterizan los ritos católicos aseguran la transmisión de un mensaje sagrado. Cuando este mensaje es interiorizado, se pone en marcha la maquinaria social, el espacio común de creencia, tradición y fe.

Mediante la razón natural, el hombre puede conocer a Dios con certeza a partir de sus obras. Pero existe otro orden de conocimiento que el hombre no puede de ningún modo alcanzar por sus propias fuerzas: el de la Revelación. Por una decisión enteramente libre, Dios se revela y se da al hombre enviando a su Hijo, Jesucristo, y al Espíritu Santo. De esta forma, Dios quiere hacer a los hombres capaces de responderle, de conocerle y de amarle. Y, para ello, resulta imprescindible establecer vías de comunicación con Él.

Las diferentes formas que adquieren estas vías de comunicación constituyen la estructura que sustenta las creencias más profundas de una persona. El culto verdadero consiste en el encuentro entre Dios y el hombre en un escenario concreto. El término culto designa el conjunto de representaciones litúrgicas de una determinada religión, y consta de acciones que se integran en unidades mayores. Un ritual, en cambio, es un entramado que se activa en una determinada situación (la Primera Comunión). El rito, por último, se refiere a los diferentes componentes y acciones parciales de un ritual (la elevación del cáliz durante la Santa Misa).

La base de la formación del rito es la creación de formas simbólicas. La función del símbolo en la Historia es extraordinaria porque se encuentra justamente entre el plano material y el espiritual, exhibiendo la relación entre Dios y el alma de su más perfecta obra. El simbolismo, así, facilita la conjunción de distintos mundos permitiendo la comunicación de los mortales con aquellos que gozan de la vida eterna.

Erving Goffman, integrante del Interaccionismo Simbólico, fue el introductor del concepto de “ritual” aplicado a la comunicación interpersonal, desarrollando el modelo de enfoque dramático o análisis dramatúrgico de la vida cotidiana. Para él, la interacción social es una obra de teatro, y el ritual es parte de la vida diaria. Las reglas de etiqueta y atributos tales como la dignidad y el estatus se reflejan en el proceso de comunicación, que incluye el lenguaje verbal y no verbal. Nos estamos refiriendo, como es obvio, a la estética del ceremonial. Dicha estética, unida al contenido conceptual de los símbolos, posibilita que estos últimos mantengan su papel cohesionador de una civilización.

El ceremonial aparece unido a la actividad ritual humana en todas las sociedades y culturas. Su origen etimológico se encuentra en el término griego kairós, que se refiere a “el momento adecuado para hacer algo”, y más concretamente, cuándo convenía realizar las ceremonias y el culto a los dioses. Por su parte, del sánscrito rta, que podríamos traducir como “orden”, deriva nuestra palabra “rito”. Pero se trata de un orden especial, vinculado a la armonía y el equilibrio. Y, al hablar de orden, nos adentramos en el terreno del protocolo.

La liturgia de la Iglesia Católica es la acción sagrada por la cual, ritualmente, se reproduce la obra evangelizadora de Cristo, la santificación de los hombres y la glorificación de Dios. La Santa Misa es el ritual por excelencia, una sucesión de metáforas, un espacio-tiempo alegórico en el que se renueva el Sacrificio de la Cruz mediante la consagración del pan y el vino. Existen otras destacadas ceremonias, como la ordenación sacerdotal, la consagración de un nuevo obispo, el sacramento del matrimonio o las procesiones. Cada una de ellas posee unos rasgos definitorios y se desarrolla en un marco preciso siguiendo una secuencia determinada. Todas, además, tienen algo en común: el recurso a la belleza.

No es necesario rodearse de hermosura para hablar con Dios, si bien la estética del rito influye poderosamente en el establecimiento de un ambiente propicio para alcanzar la comunión espiritual con el Creador. La oración puede llevarse a cabo en la celda más humilde o en el templo más grandioso, pero si ya Platón afirmó la existencia de un nexo entre lo bello, lo justo y lo bueno, ¿qué hay de malo en rezar mientras nuestros sentidos se deleitan?

Aunque lo trascendental para un católico ha de ser la creencia en la Divina Presencia, no podemos obviar que, a lo largo de los siglos, se han edificado templos fabulosos, cuyo fin es provocar la admiración e incluso el temor en los fieles. Así lo expresaron las palabras que uno de los canónigos pronunció durante el proyecto de construcción de la catedral de Sevilla: “Hagamos una obra tan grande que los que la vieren acabada nos tengan por locos”.

La liturgia católica destaca por su riqueza sensorial como vehículo para alcanzar la conexión con la divinidad. El papa Inocencio III (1198-1216) fue el que esbozó el uso de los colores que se utilizan en la actualidad. Este papa basó su simbolismo en las interpretaciones alegóricas de los colores y las flores mencionados en la Biblia, especialmente en el libro del Cantar de los Cantares. Desde el verde que simboliza la esperanza al blanco que remite a la pureza; desde el púrpura que representa el duelo al rojo de la sangre de Cristo, el color está presente en el rito católico como tácito emisor de códigos a descifrar por el grupo.

Con respecto a la música, la Iglesia considera que el canto sagrado constituye una parte necesaria o integral de la liturgia solemne. Cumplirá su función de manera más significativa cuanto más estrechamente esté vinculado a la acción litúrgica según tres criterios: la belleza expresiva de la plegaria, la participación unánime de la asamblea en los momentos previstos y el carácter solemne de la celebración. El canto expresa las ideas y los sentimientos, las actitudes y los deseos. Es un lenguaje universal con un poder que muchas veces llega a donde no llega la palabra. Pone de manifiesto de un modo pleno la índole comunitaria del culto católico y creando un clima más solemne, ya sea expresando con mayor delicadeza la oración o fomentando la unidad. El canto sirve, pues, “ministerialmente” al rito celebrado por la comunidad. Música acompañada de voces que se alzan, cual coro de arcángeles que adoran al Señor en su gloria e invocando su misericordia. ¡Hossana!

En cuanto a los aromas, se mantiene la incensación como un rito muy importante de la liturgia, ya que expresa reverencia. En la Santa Misa se usa el incienso en diferentes momentos, como en la proclamación del Evangelio o después de la consagración. Las nubes de incienso nos transportan a los etéreos dominios del alma, allí donde el cuerpo no limita la majestuosidad de nuestra esencia.

En el rito católico se recurre al desbordamiento de la percepción y al dominio de los elementos, otorgándoles un significado místico. En esta magnífica teatralidad, agua y fuego desempeñan los roles protagonistas. El agua es fuente de vida, tanto literalmente como desde una connotación espiritual: simboliza limpieza, pureza y renacimiento. A veces se usa el agua con una finalidad práctica, por ejemplo, en las abluciones de las manos tras ungir con los Santos Óleos, pero la mayoría de las veces se rodea de un absoluto trasfondo espiritual, como ocurre en el bautismo, por el que nos sumergimos en Cristo. A su vez, el fuego aparece en forma de lámparas y cirios encendidos durante la celebración del ritual, o delante del Sagrario. El fuego calienta, quema, ilumina, purifica, es fuente de energía. Es origen de innumerables beneficios, pero también castiga y destruye. La ceniza adquiere un sentido de muerte, de regreso a la tierra, y cada Miércoles de Ceniza, en el rito de la imposición, se nos recuerda que somos polvo y al polvo volveremos.

La dimensión religiosa no está reñida con la estética; al contrario, la segunda enriquece y potencia la inmersión del hombre en la fe. El rito, que garantiza la supervivencia y transmisión del mensaje evangelizador, bebe de la fuente de la belleza como abstracción, como bien supremo, cuya forma terrenal percibimos a través de los sentidos. Por último, el protocolo es el elemento que ordena cada elemento del ritual y éste en su conjunto, cohesionando símbolos y ritos hasta dar lugar a una explosión de fervor.

El remedio último para el dilema humano es espiritual en su naturaleza. ¿Una huida, un encuentro, una revelación? Sea como fuere, el rito en el protocolo de la Iglesia Católica coadyuva a crear ese ambiente pseudo-onírico que perfecciona el momento del rezo. Gracias a los símbolos y metáforas, el católico realiza un profundo ejercicio de recogimiento, al tiempo que logra la conexión emocional y espiritual con el resto de fieles. La comunión con Dios es, en definitiva, fruto de la sincera oración que surge inspirada por la belleza del ceremonial y el misterio del rito.

 

María Teresa Domínguez Rodríguez

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